martes, 20 de febrero de 2007

La Cabra, ¿o quién es Silvia?

LA CABRA
Redecorando la casa
POR ALEJANDRO CABRANES RUBIO

Al inicio de La cabra o quién es Silvia, el escenario se ve privado de cualquier iluminación para segundos después la luz parpadee y repose en el resto de la función. En apenas ese tiempo el espectáculo anuncia el advenimiento de las tinieblas en un mundo aparentemente luminoso, cuya oscuridad siempre se trata de disimular tras experimentar una gran convulsión que hiere de muerte a todos cuantos queden atrapados por ella. El viaje hacia el interior de la casa de Martin (Josep María Pou) y su mujer Stevie (Mercè Arènga) parece adivinar la llegada a un lugar caracterizado por la exquisitez, inteligencia, tolerancia, comprensión, progresismo… Más en la primera parada ya se anuncian nubarrones de tormenta. Si hace cuatro años la película Lejos del cielo (Far From Heaven, Todd Haynes, 2002) reproducía los modales encantadores y texturas dramáticas de los melodramas de los años cincuenta para devolvernos la imagen de una sociedad actual racista, homófoba y represiva a la que hay que plantar cara, La cabra o ¿quién es Sylvia? escoge la risa amarga para introducirnos –al revés que en el film citado- en un hogar alejado en teoría de lo convencional a pesar de su resplandeciente mobiliario. Esos dos senderos –que terminan de algún modo convergiendo en un punto- también ofrecen paisajes distintos que marcan un itinerario distinto. En la película de Haynes la protagonista en primer término del encuadre repasa con sus amigas las actividades de la comunidad mientras en el segundo vemos a su hija bailar y jugar: el complemento idílico a una existencia que parecía idílica. Edward Albee y Josep María Pou por el contrario avanzan un paso adelante en su análisis sobre la descomposición de una clase burguesa –progre, pero burguesa- al marcar desde un primer instante la raíz del problema: Martín y Stevie quedan a espaldas el uno de la otra cuando intentan comunicarse, y por si fuera poco mientras ella plácidamente riega las plantas, él avanza sin parar de un lado por el hall de la casa. Actitudes opuestas que preludian la falta de serenidad y sinceridad de una urbanidad autosatisfecha.

La cortina de humo en la cual vivían los personajes se resquebraja cuando un amigo de la familia, Ross (Juanma Lara), comunica por carta a Stevie que Martin mantiene una aventura… con una cabra. Unas luces de color ámbar expresan el estado de ánimo de la pareja y su hijo, Billy (Alex García), un adolescente homosexual que no alcanza a comprender la postura de su padre al mismo tiempo que lo quiere. Pou diseña la escenografía en función de los sentimientos encontrados: dispone en composición triangular a tres seres abocados a enfrentarse. Stevie deberá mediar entre su marido y su hijo, y con todo lo que ello implica Pou la interpone entre dos personajes que parecen tirar de una misma cuerda a la espera de que uno de los extremos ceda. Las imágenes de dolor se suceden sin parar en la obra: se destroza todos los objetos, pues en opinión de Stevie deben “redecorar” el salón; Martin y Ross discuten el uno frente a otro como si fuesen las desafiantes torres de una partida de ajedrez a punto de anunciar su jaque mate particular; y la pareja se sitúa en la mitad de la platea, partiendo en dos toda una vida en común.

Tan debastadora, agresiva escenografía halla su contrapunto en un texto sarcástico, punzante, que pastea entre la hipocresía y cinismo de una sociedad que sigue rumiando la misma alfalfa de siempre, sin preocuparse de la posición del otro, incluso hundiéndole. La cabra ladra contra un mundo sumido en un ideal de conformidad que les impide ver cómo se autodestruye así mismo una y otra vez, sangrando más a cada acto. La obra berrea por la falta de empatía y comunicación entre unas personas que sólo aspiran a ser amadas. Gruñe como un cerdillo ante el olvido de los sentimientos en beneficio de la apariencia. Y los actores refrendan su sentido. Juanma Lara vierte en su interpretación toda la doble moral de Ross y lo convierte en un ser plenamente reconocible. Álex García deja translucir la inquietud, desestabilidad de Billy en su forma de respirar, moverse y hablar mientras sus venas están a punto de reventar. Mercè Arànega transmite la inteligencia de una mujer herida pero capaz de acometer la mayor crueldad. Y Pou logra una de las composiciones más extraordinarias que un cronista recuerde en mucho, mucho tiempo. Todos ellos conforman un mosaico humano sin solución: no en vano en la última escena sólo queda iluminado Billy, atónito testigo, mientras las figuras de quienes le rodean quedan recortadas. Al contrario que Visitando a Mr. Green –la magnífica adaptación que efectuaron Juan Echanove, Juan José Otegui y Pere Ponce a raíz del texto de Jeff Baron- ya el prejuicio no se puede vencer mientras el mundo sigue oscilando entre las luces y la oscuridad.

El laberinto de fauno: análisis/ rueda de prensa



Los hijos de Saturno
POR ALEJANDRO CABRANES RUBIO

En las primeras imágenes de El laberinto de fauno una niña llamada Ofelia (Ivana Baquero) y su madre Carmen (Ariadna Gil), casada en segundas nupcias con un Capitán franquista (Vidal: Sergi López) del cual espera un hijo, viajan en un coche. La madre sale del vehículo mareada. Su hija también. La cámara la sigue por el sendero que explora: de repente el director Guillermo Del Toro rompe la planificación para enseñarnos cómo Ofelia recoge una piedra perteneciente a un monumento dedicado a un fauno. De manera tan sencilla la película insinúa que el metraje va a bascular entre la representación realista y el componente fantástico, reforzado por dicha ruptura en la planificación: la piedra es el primer eslabón que conduce a Ofelia a otro mundo mágico simbolizado en el laberinto situado en la casa donde les espera el Capitán que se encuentra en la región para dar caza a los maquis. Un lugar habitado por un fauno (Doug Jones) que le revela a la niña su condición de antigua princesa, y desde el cual se combate la mediocridad de la España franquista, cuya encrucijada moral también se dirime en sus angostos pasillos… De acuerdo a la importancia metafórica del decorado, un travelling tomado desde el interior del lugar avanza hacia Ofelia cómo si la observara, cómo si la fuera a abducir, cómo si la reclamara para sí… En él la niña recibirá un libro en el que le encomiendan sucesivas pruebas cuya escenografía Del Toro resuelve con travellings similares a la de la escena ya comentada. El realizador insufla así a la película un aire fantástico refrendado por otros apuntes visuales como la panorámica que va desde la cabeza de Ofelia relatando un cuento a la tripa embarazada de Carmen hasta el interior de la misma, transgrediendo deliberadamente la representación naturalista.

Esa escenografía fantástica contrasta con la triste realidad que impera en un país que espera en vano que la llegada de los aliados a Normandia se traduzca en la incorporación de la ayuda internacional a los que desde el interior reclaman libertad, como la criada de Vidal, Mercedes (Maribel Verdú); quien desde la casa de su señor ayuda a aquellos que luchan en los montes; un espíritu libre como Ofelia que se niega a doblegarse ante la tiranía y cuyas similitudes el realizador subraya con un par de apuntes de puesta en escena. Primero en un encuadre en cuyo primer término se sitúa la niña y el segundo la mujer; después en un travelling que insinúa que Mercedes es observada desde fuera por los suyos –aquellos que representan las fuerzas liberadoras-, y que desde su concepción resulta idéntico a los que acompañan a Ofelia en sus andanzas… Sólo ellas podrán con el poder subyugante del Capitán cuya meticulosidad y templaza es descrita apenas con unos escuetos planos del personaje afeitándose, limpiándose las botas o cosiéndose una herida… A lo largo del metraje ambas vencen su miedo según experimentan el dolor –sea por el temor al asesinato de los seres queridos o la muerte de Carmen cuya pérdida Del Toro expresa concisamente con un plano de su silla de ruedas vacía- y se enfrenten contra el ogro que las retiene. Mientras Víctor Erice en El espíritu de la colmena representaba el inmovilismo de la España de la posguerra con las vías muertas del tren y sus miedos a través de las facultades visuales de una niña, Del Toro asemeja el aparato del régimen con un Saturno que engulle a sus hijos que intentan hacerle cara a través del poder de la imaginación, y cuya magia (y esperanza) es simbolizada en el capullo de una flor que germina en el último plano de la película…

Sólo unos pocos factores impiden que estemos hablando de una obra realmente magnífica. El primero de ellos descansa en la definición abocetada de Carmen. El segundo de ellos deriva como consecuencia del anterior dando lugar algunos episodios muy tópicos (la reacción de la madre enfadada porque la niña se haya manchado su traje nuevo). Por si fuera poco las pruebas mágicas de Ofelia parecen unas piezas no del todo integradas en la trama principal, y la concatenación de desgracias en el tercio final de la película resulta algo forzada. A pesar de ello la espléndida factura, el trabajo superlativo de Sergi López, el alto nivel interpretativo (desde el excelentes Álex Angulo, pasando por los siempre eficaces Francisco Vidal, Ana Sáez, Roger Casamajor, Iván Massagué y Eusebio Lázaro) y su hermoso discurso que la hermana con la anterior El espinazo del diablo (1) elevan a El laberinto de fauno por encima de la media española, obligando a la audiencia, como a la propia Ofelia, adentrarse en lugares insospechados.

NOTAS
(1)En ese sentido operan las presencias de Federico Luppi, Fernando Tielve e Iñigo Garcés.




RUEDA DE PRENSA: "BUSCO LA MAGIA EN LOS LUGARES DONDE NO SE ESPERA"....

POR ALEJANDRO CABRANES RUBIO

La cita es en el madrileño hotel Hesperia. El reloj marca 13:35. El realizador Guillermo del Toro flanqueado por Ariadna Gil, Maribel Verdú, Ivana Baquero y Alex Angulo hacen su entrada en el Sala Sauna situada en el primer piso. Sus primeras palabras esconden una declaración de intenciones: "me gustan las propuestas descabelladas e imposibles". El ambiente es distendido en parte por la espontaneidad y arrojo del autor de Cronos, El espinazo del diablo y El laberinto de fauno con constantes alusiones al rol de mujer maternal que parece haber regido la carrera cinematográfica de Maribel en los últimos años (Del Toro señala que antes usaban a la actriz en escenas de sexo y ahora de madre porque tiene que recoger "el fruto" de sus acciones: "para tener hijos hace falta follar" proclama)… Divertido, señala a la prensa la posibilidad de que Angulo se esconde debajo de la cama de su protagonista infantil, Ivana Baquero…

A pesar del ambiente festivo –y que llega a su cenit cuando un reportero de Caiga quien caiga fotografía al director junto a la silueta de cartón de Pedro Almodóvar para paliar la posible ausencia de instantáneas comunes en la noche de los Oscar-, la rueda de prensa transcurre sin olvidar el objeto por el cual ha sido convocada: revelar los secretos de la última película, El laberinto de fauno. El equipo no se contenta con relatar las anécdotas de la filmación –cf. el problema que generó la secuencia en la que Maribel Verdú ordeñaba a la vaca; la reconstrucción de un bosque cuyo musgo corrió a cargo de la productora; la exigencia Del Toro a Verdú a poner una cara de mayor terror mientras unos cuatros caballos la perseguían en plena montaña-, sino, sobre todo, profundizan en el significado de la obra. Para ello Del Toro rememora el estreno de su anterior incursión en la guerra civil española, El espinazo del diablo, sus guiños visuales (cf. las presencias de Federico Luppi, Fernando Tielve e Iñigo Garcés; algunos recovecos argumentales como las salidas nocturnas de determinados personajes), y sobre todo su sentido cinematográfico. "Busco la magia en los lugares donde no se espera" advierte Del Toro, quien señala que sin la ausencia de la misma la humanidad quedaría abocada a la destrucción. Para él los cinco años que van del estreno de El espinazo… al de El laberinto… no han pasado en balde: "el mundo ha cambiado" y en él la voluntad de las personas se han visto mermados por los designios de determinados políticos, y que sólo se puede recuperar a través del poder de la imaginación incluso cuando la coyuntura no le es propicia. "La realidad más peyorativa destruye la voluntad y la obediencia" recalca. En ese sentido señala que "la posguerra no es mágica" y de ahí el interés de "la posibilidad de la magia en un momento adverso". Esa posibilidad de volver a creer Del Toro la simboliza mediante el personaje de Maribel Verdú, Mercedes, una mujer que al conocer a una niña que todavía lee cuentos de hadas en un mundo terrenal francamente tórrido…

Tal opción comporta para el realizador una postura ideológica: "Todo el cine y particularmente el fantástico es sensible a la política" dado "que el relato no está ausente de la realidad". Nostálgico Del Toro rememora las palabras de uno de sus profesores: "si no te ocupas de la política, la política se ocupa de ti". Para afirmar su discurso sobre el poder de la fantasía para vencer a aquellos que la refrenan con autoritarismo, el director señala que procuró que el “ogro” de la película, el Capitán Vidal, fuese mostrado en toda su brutalidad, pero también en su debilidad…

Las agujas del minutero del reloj casi han dado la vuelta y el director todavía tiene tiempo para reflexionar sobre la situación actual de la industria latinoamericana y española. Para él "vale la pena la necesidad de mirar a nuestros países mutuamente para tener fuerza", para tener voz frente a la poderoso mercado estadounidense. Quizás por ello justifique las subvenciones que invierte en el estado en la producción de las películas, sobre todo en el caso en las destinadas a los incipientes realizadores que quieran rodar por vez primera… Tal vez de esta manera habrían más "propuestas descabelladas e imposibles".

PREMIOS DE CINE ESPAÑA 2006: ANÁLISIS CANDIDATURAS




El 18 de diciembre en La Casa de América la presidenta de la Academia de las Ciencias y Artes Cinematográficas de España, Ángeles González Sinde, leía acompañada de Juan José Ballesta y Pilar López de Ayala las candidaturas a los Premios Goya. Alatriste, Volver, El laberinto de fauno, Salvador, Azuloscurocasinegro y La noche de los girasoles cosecharon 15, 14, 13, 11 y 6 menciones respectivamente. De esta manera se abría un proceso estival de premios.

Periodo de reflexión sobre los logros del ejercicio pasado que se caracterizaba por su sabor internacional y por la selección de unas películas que de alguna manera se caracterizaban por la búsqueda de la identidad nacional, remontándose al pasado histórico o instalándose en las raíces rurales y sentimentales de un presente desarraigado. Si Alatriste empleaba una narrativa que evocaba el siglo XVII con el fin de proyectar hacia el futuro un cierto pesimismo hacia un mundo sanguinario en el que sólo queda la conservación de la memoria a través de la palabra escrita, Salvador (Puig Antich) y El laberinto del fauno se adentraban en la España franquista bien desde la óptica de denuncia documental o como indagación sobre el poder de la fantasía allá donde <> en palabras de Guillermo del Toro, su realizador. Volver, por el contrario, regresa a los orígenes ancestrales abandonados hace ya tiempo en beneficio de la ciudad (como también ocurre en La noche de los girasoles de Jorge Sánchez Cabezudo) para hacer un retrato en negro sobre unos hábitos funestos: si bien Pedro Almodóvar encuentra en el cariño y la solidaridad una válvula de escape, Sáchez Cabezudo fotografía unos series corrientes que por circunstancias desafortunadas sacan a relucir lo peor de su naturaleza, condenando así a una sociedad egoísta, asesina y que tapa por conveniencia financiera o sentimental. Entre uno y otro, Daniel Sánchez Arévalo (principal responsable de Azuloscurocasinegro) muestra a unos personajes deseosos de escapar de su realidad, marcados por sueños que se desvanecen, y que provocan a su alrededor pequeñas transformaciones para seguir viviendo, o mejor dicho para seguir mintiendo. De esta manera las cinco películas que han acaparado las principales categorías llevan en sus credenciales una preocupación sobre un presente aterrador, en el que todo se halla en estado de descomposición. Como señalábamos antes ese carácter autóctono está teñido con cierta vocación internacionalista que va desde la habitual presencia de profesionales extranjeros (Ivone Blake) a la candidatura de intérpretes como Viggo Mortensen, Penélope Cruz, Daniel Brühl o Sergi López, este último coronado como el segundo mejor actor de reparto por la asociación de Críticos de Los Ángeles. Por si fuera poco dos de las películas con más candidaturas en esta edición, Volver y El laberinto de fauno, han coleccionado varios galardones en el extranjero y probablemente se filtraran en las nominaciones de los Oscar en categorías en principio reservadas para la cosecha estadounidense del año.

Muy poco tiempo después, la Asociación de Críticos Cinematográficos refrendaban a ambas películas, si bien aupaban a La noche de los girasoles y Mia Sarah (con candidaturas inesperadas para Verónica Sánchez y Fernando Fernán Gómez) en detrimento de Alatriste y Salvador, que a pesar de todo le valieron a Eduard Fernández y Brühl sendas menciones. Sólo dos días antes la revista Fotogramas evidenciaba cómo el público había respaldado la vocación internacionalista de la Academia y al tiempo que se consolidaban las señas de identidad más propias, nominando a Juan Diego de nuevo como mejor actor de cine en el apartado de mejor actor. Brühl, Cruz, Sergi López, Carmen Maura, Lola Dueñas, Verónica Echegui y Maribel Verdú eran nuevamente invocados. A ellos se le sumaron Ernesto Alterio, Luis Merlo y Tete Delgado (Gorda), Núria Espert (Play Strindberg), Eduard Fernández y Marisa Paredes (Hamlet), José Mota (Los productores), Josep María Pou (La Cabra), Nathalie Poza y Alberto San Juan (Hamelin), Marta Angelet (Carnaval), Chiqui Fernández y Teresa Lozano (Mujeres), Jordi Rebellón y Diana Palazón (Hospital Central), Carmen Machi y Paco León (Aída), Imanol Arias (Cuéntame), Ruth Núñez (Yo soy Bea), Arturo Valls (Cámara café) y Hugo Silva (Los hombres de Paco).

El día cuatro la Unión de Actores revelaba su propia lista de candidatos incorporando a varios intérpretes arriba mencionados. En el apartado de cine, Azuloscurocasinegro traía la suerte a Quim Gutiérrez, Raúl Arévalo, Marta Etura, Héctor Colomé, Antonio de la Torre y Ana Wagener. Volver lograba copar las candidaturas femeninas. Brühl vencía las posibles reticencias que a priori podía haberse topado. Manuel Morón sumaba su nombre a la lista de otros actores ya reconocidos por su trabajo en La noche de los girasoles como Walter Vidarte (que opta al Goya al mejor actor revelación) o Celso Bugallo . En el apartado televisivo Mujeres anulaba las posibilidades de las demás series: ChiquI Fernández, Teresa Lozano, Gracia Olaya, Inma Cuevas y Víctor Clavijo se encontraban entre los afortunados. Cuéntame quedaba en segunda posición con sus nominaciones para Imanol Arias, Lluvia Rojo y Roberto Cairo. Tras ella, El Comisario echaba el ancla con Patxi Freytez y Joaquín Climent. El resto de lista de candidatos la conforman intérpretes como Ana Otero, José Luis Gil, Mariano Peña, Quique Hernández, Ana Goya y una candidatura harto polémica como la que cosechó Isabel Brazales con un papel demasiado escueto incluso en la categoría de reparto. En teatro Así es (así os parece) y El método Gronhölm apenas dejaban espacio para actores como Aitor Tejada (La buena persona de Srzuan), Miguel Arco (Los productores), Berta Gómez (Sálvese quien pueda) o Montserrat Carulla (Barcelona, mapa de sombras).

Como consecuencia de un limitado número de candidatos en la Unión de Actores y los Premios Goya –que reflejan un cierto sentimiento de inferioridad) y de la inexistencia del apartado de reparto en los Fotogramas de Plata demasiados nombres se quedaron sin candidatura, pese a ostentar no pocos méritos. Entre los más señalados, Juan José Otegui y Pere Ponce (Visitando Mr. Green), Susi Sánchez (De repente, el último verano); Yolanda Ulloa (La buena persona de Sezuan), el elenco completo de 7 vidas, los actores de Amar en tiempos revueltos (con olvidos sorprendentes como los de Luisa Gavasa y Ana Villa) o Miguel Ángel Silvestre (La distancia), y que deberán esperar una mejor ocasión. Hecho que entra en profunda contradicción con el carácter involuntariamente conformista y masificador de unos galardones que esperan ser mirados desde el exterior sin perder sus propias raíces autóctonas.

lunes, 19 de febrero de 2007

Philippe Noiret (1930-2006)



La primera vez que vi una película de Philippe Noiret fue hace ya dieciséis años. La cinta no era otra que la polémica Cinema Paradiso, en la que encarnaba a Alfredo, el encargado de proyectar las películas en un pueblo italiano. En una de sus secuencias más famosas, Alfredo decidía proyectar un rollo en las paredes de la plaza principal. Adelantándose al reinado de la cámara digital, el personaje lograba una quimera: la democratización del cine. No importaba que más tarde en un incendio perdiese la vista y con ello se estableciese una posible metáfora sobre la ceguera de un arte que se había deshumanizado. El propio Alfredo había instado a su discípulo Toto abandonar a un lugar al que sólo regresaría para enterrarlo.

Hoy el mundo rinde homenaje al gran Philippe Noiret. No sabemos si como en esa película si su muerte quizás signifique los funerales del fin de una época. Marcello Mastroianni, Vittorio Gassman, Alberto Sordi, Paco Rabal y ahora Noiret dejan algo huérfanos a un cine europeo al que contribuyeron en la construcción de su propia identidad. Desde que ganase el BAFTA y todos los premios imaginables por la película de Salvatore –sólo se le resistieron las candidaturas a los Globos de Oro y los Oscar-, la carrera de Noiret siguió dejando huella. Su película mejor desde entonces, la bellísima La vida y nada más, nos mostraba al actor convertido en un oficial francés encargado de la identificación de los cadáveres tras el fin de la guerra y que inesperadamente en ese contexto doloroso volvía a presentársele una nueva luz en su trayectoria vital.

Los títulos restantes quedaban quizás atrás de esa memorable película de Tavernier, la mejor por cierto del firmante de Hoy empieza todo. Harto de esa solemnidad aceptó recoger el testigo de Charlton Heston en El regreso de los mosqueteros donde compuso un burlesco Cardenal Mazzarino al que Oliver Reed obligaba a no convertirse en una mancha negra en la historia de Francia. Sólo cinco años después interpretó a un D´Artagnan viejo y cansado que impedía el asesinato del infante glotón y pendenciero Luis XIV en La hija de D´Artagnan. De la misma época data La maté porque era mía: un Patrice Leconte en horas bajas.

En 1995 vivió su último gran éxito internacional con la no menos discutida El cartero, donde Noiret se puso en la piel de un Pablo Neruda que agitaba la conciencia a un humilde cartero, cuyo despertar a la vida concluía fatídicamente en su amanecer existencial. El actor del que Hollywood quedó prendado en Topaz gracias al cinismo despiadado que rebosada su interpretación de traidor nunca saboreó un momento de gloria semejante. Desde entonces los distribuidores nos han ninguneado sus filmes posteriores. Pero siempre podremos, como Alfredo, sacar de nuestra videoteca una película y proyectarla públicamente.

Helen Mirren y The Queen reinan en los BAFTA 2006




El 11 de febrero, en la sede habitual de la Academia de Cine Británica, se celebró la gala de los BAFTA que coronaron a La reina como mejor película y a Helen Mirren como mejor actriz. Esta última al recoger su galardón dedicaba su premio al actor recientemente fallecido Ian Richardson (Feliz navidad): "Tuve la inmensa fortuna de trabajar con un actor generoso; fue un mentor; me ayudó a creer en mí misma. Ian Richardson, no estoy demasiado segura de estar hoy aquí si no te hubiese conocido".

Los otros intérpretes galardonados fueron Forrest Whitaker (Mejor Actor por El último rey de Escocia; que obtuvo la mención al mejor guión adaptado y mejor película británica), Alan Arkin (Mejor Actor de Reparto por Little Miss Sunshine, recompensada también por el guión original) y Jennifer Hudson (Mejor actriz de reparto por Dreamgirls). El resto de los premios quedaron bastante repartidos. United 93 se alzó con el BAFTA al mejor director (Paul Grengrass) y mejor montaje. También con dos estatuillas quedó Hijos de los hombres. El laberinto del fauno obtuvo tres BAFTAS de un total de ocho candidaturas: mejor película extranjero, mejor maquillaje y mejor vestuario para Lala Huete, cuñada de Fernando Trueba. Babel con un solo galardón para la banda sonora de Gustavo Santolalla e Infiltrados se convirtieron en las grandes derrotadas de la noche.

EL MUSEO DEL PRADO ABRE SUS PUERTAS A TINTORETTO



Desde el día 20 de enero hasta el 13 de mayo el Museo del Prado abre sus puertas a una exposición que repasa la obra de Jacopo Tintoretto (1518-1594), setenta años después de que el Palazzo Pesaro de Venecia le rindiera una retrospectiva. La colección consta de setenta cuadros que quedan distribuidos en varias secciones: A) Los inicios, b) Los años decisivos (1547-1555), c) Los grandes ciclos pictóricos (1555-1575), d) Los últimos años (1575-1594).

La primera de ellas sintetiza su trayectoria como aprendiz, posiblemente de Bonifacio de Pitati. De la etapa se aprecia el interés por darle dinamismo en las composiciones. Entre estas destaca Jesús entre los doctores, cuya concepción del espacio se inspira en La escuela de Atenas, y en el que trabaja la torsión del cuerpo. En ella la figura de Jesús, en último término, queda empequeñecida por la de los doctores. Ese naturalismo expresivo le lleva a desmitificar los elementos de la mitología en Apolo y Marsias; y Venus, Vulcano y Marte; en el que el díos de la guerra se esconde debajo de la cama para no ser descubierto frente a su esposa. Entre los restos de la serie cabe mencionar La conversión de San Pablo.

La segunda sección resume la época en la cual Tintoretto se consagra con El milagro del esclavo y empieza a aceptar múltiples encargos. Entre ellos figura El lavatorio –en la que Jesús se seca con una toalla blanca y que destaca por la amplitud del espacio y su trabajo de iluminación-, La última cena, San Agustín curando a los tullidos, y San Jorge y el dragón.

Los grandes ciclos pictóricos procura ofrecer una visión del trabajo del pintor a su regreso a Venecia en 1555, después de pasar una temporada en Augsburgo. Susana y los viejos, recreación del tema bíblico, ocupa un lugar especial a la sala, ya que el cuadro equipara a Susana con Venus.

Los últimos años de Tintoretto vienen a coincidir con un periodo histórico de la historia del arte marcado por el vacío dejado por la muerte de Tiziano, al cual el artista se intenta acercar con obras como El origen de la vía láctea. De la etapa destacan El rapto de Helena –representado como si fuese la Batalla de Lepanto-, La adoración a los pastores y El entierro de Cristo.

Afterplay

AFTERPLAY
En los jardines de Chéjov
POR ALEJANDRO CABRANES RUBIO

La pasada primavera Blanca Portillo estrenaba en el Teatro Español la obra Siglo XX que estás en los cielos, donde ejercía de directora. La función era, entre otras cosas, una parábola sobre la pérdida de ideales entre las sucesivas generaciones de jóvenes cuyas vidas se truncaron demasiado pronto. La pieza trazaba la evolución cultural y social de una centuria terrorífica. Este otoño la actriz en el mismo recinto interpretó Afterplay, especulación de Brian Friel sobre el futuro de dos de los personajes más emblemáticos de la bibliografía de Antón Chéjov: Sonia de El Tío Vanya y Andrei de Tres hermanas. De nuevo la reflexión sobre el paso del tiempo y la posición del individuo ante el mismo. De nuevo la amarga pérdida de ilusiones y de cosas por las que luchar. De nuevo la disertación sobre lo volátil y efímera que resulta la existencia. Brian Friel sortea la trampa de efectuar paralelismos argumentales entre su obra y aquellas en las que se inspiran. Elude el reducir su pieza a un juego coyuntural para interrogarnos sobre el sentido de seguir representando a Chéjov a la manera de En torno a la gaviota, escenificada en el Teatro Guindalera. Como el autor de El jardín de los cerezos, Friel atrapa un pequeño momento de felicidad (el inicio de una amistad, la posibilidad de emprender nuevos proyectos en la hacienda, y de asistir gratuitamente a la ópera del Teatro Real de Moscú) que se evaporan gradualmente según los personajes, enjaulados literalmente en el escenario, no evitan alzar su voz y revelar sus frustraciones. Chéjov describía su dolor a las puertas de la revolución de 1905 y Friel lo hace en un momento en el cual la alegre Era Clinton ha preludiado las catástrofes del 11S y las que suceden diariamente en Irak. Tanto ayer como hoy, Chéjov nos descubre un mundo en estado de descomposición, en el que nos vemos despojados de todo aquello que daba sentido a la vida.

En Tio Vania, Sonia se veía rechazada por Michael –enamorado de su madrastra Yelena- y la hacienda que tan mimosamente cuidaba era puesta a la venta por su padre Alexandre. Otra vida inútil. Otros sueños rotos. Años de esfuerzo y lucha finalmente malgastados. Y a pesar de ello, al revés que el Kostia de La gaviota, se resiste a perecer. "¡Hemos de seguir viviendo! (…) Soportaremos con paciencia las pruebas que nos mande el destino (…) Cuando nos llegue la hora moriremos sin protestas y allá, en el otro mundo diremos que hemos sufrido, que hemos llorado, que nuestra vida ha sido amarga, y Dios se compadecerá de nosotros. Y entonces querido tío comenzaremos una nueva vida luminosa y bella, y seremos felices. (…) ¡Descansaremos!" declaraba. Como el Príncipe Fabrizio de El Gatopardo –otra gran creación sobre el paso del tiempo imbuida de la atmósfera de unos días revolucionarios-, Sonia comprende que el pasado ya ha engullido sus ilusiones y que gente nueva ocupará el lugar en el que asentó su vida mientras sus horas se consumen. Al revés que la Angelica de la misma novela, a pesar del daño pasado, espera la muerte sin su acritud y resentimiento. Antes al contrario, y de ahí uno de los hallazgos de Friel, invierte su rol de víctima a través de una simple negativa. De ahí nace la propia personalidad de Afterplay sin renunciar a la fidelidad espiritual a Chéjov, con una estructura dramática en la que cada uno de sus cuatro imperceptibles actos desmienten al anterior y proponen un bello discurso sobre cómo la simulación y las apariencias terminan desnudando la verdad de una humanidad abandonada, tan triste como el sonido de un melancólico violín en la noche; de unos seres cuya luz se apaga.

A pesar de algunos diálogos explicativos –en parte disculpables por la naturaleza de la relación incipiente entre los dos personajes- Afterplay se convierte en un digno espectáculo. A ello contribuye sus intérpretes. Helio Pedregal abandona los roles de traidor que representara este año en Hamlet y en La tempestad para dar vida a un hombre apesadumbrado, cargado a sus espaldas de todo el dolor del mundo, y cuyas miserias sirven de espejo vital a su paternaire. Una excepcional Blanca Portillo transmite la ilusión más candorosa y la sorpresa, pasando del llanto a la firmeza en una composición rica en pequeños y sutiles gestos gracias a su dominio de la expresión corporal (está memorable mientras juguetea inquieta con los dedos de su mano). Y de esa manera concluye una función que al revés de cualquier obra escrita por el Trigorin de La gaviota no se contenta con la bella descripción paisajística, adentrándose en el interior del alma humana y alumbrando el retrato de otras vidas truncadas

Entrevista: Josep Albert, Raúl Fernández, María Pastor, Ana Miranda, Ana Alonso/ Odio a Hamlet

Alex Tormo, Raúl Fernández, Josep Albert

ENTREVISTA A JOSEP ALBERT, RAÚL FERNÁNDEZ, ANA ALONSO, ANA MIRANDA, MARÍA PASTOR
POR ALEJANDRO CABRANES RUBIO

Sábado 18 de noviembre de 2006. Son las 18:30. Los actores de la función Odio a Hamlet empiezan a llegar. Comentan entre ellos el comportamiento de los alumnos de diversos colegios a los que quieren inculcar la pasión por el teatro. No en vano la obra que representan propone una reflexión sobre el sentido del oficio y la conveniencia de seguir escenificando a los clásicos, entendidos éstos no como textos sacro-santos, sino como una materia prima dinámica, capaz de hablar de los problemas que nos afectan a todos. Raúl Fernández (Fuera de control, Los 80) propone reunirnos en el camerino, ajenos a la llegada de los espectadores.

¿Me podéis hablar un poquito como se inició este proyecto?

Raúl Fernández: En principio empezamos con la programación nueva de la temporada en Guindalera y buscamos una obra que fuera diferente a la del año pasado, La gaviota. Una obra que pudiese conectar con el público joven y que sirviese para la campaña escolar. Escogimos esta comedia por contraste.

Pero con una cosa en común: hablar sobre la conveniencia o no de representar a los clásicos.

R.F.: Esa es una de las preguntas que hay en la obra… Seguramente esa era una de las inquietudes de Juan (Se refiere a Juan Pastor, director de la función). Nosotros empatizamos. Ese ere uno de los puntos de partes: plantearse si los clásicos interesan o no, la obra de Shakespeare, en concreto Hamlet… Pero también hay otras muchas preguntas…

¿Conocíais la obra de Paul Rudnick antes de encarar esta función?

Ana Alonso: Yo no la conocía…

Josep Albert: Yo había visto escenas de Odio a Hamlet y por supuesto In and Out la conocía… La familia Adams es un referente generacional… Atando cabos te das cuenta de que (Rudnick) está más presente de lo que piensas. Empiezas a releer cosas suyas y dices “ah esté artículo lo leí en El País”. Lo vas ubicando. No es un autor que puedas citar ante el gran público y que este lo reconozca enseguida.

María Pastor: Yo no lo conocía salvo Odio a Hamlet, que la había visto en muchas muestras de interpretación. También las cuatro películas más famosas de él.

Entre las características de la obra destaca la presencia de lo sobrenatural a través de la figura de John Barrymore. ¿Cómo os habéis enfrentado a la tentativa de hacer una representación naturalista y al mismo tiempo fantástica?

J.A.: Yo siempre me acuerdo de Gary Oldman cuando hizo Drácula. Todos los actores preguntaban al director cómo eran sus personajes. Oldman dijo “¿Y yo qué?”. Coppola le contestó: “tu simplemente llevas muerto cinco siglos”. No puedes recurrir a experiencias personales ni nada por el estilo. Además el autor inteligentemente no hace ninguna reflexión sobre el más allá. No se me mete en espiritismos… Juega con la idea de que un fantasma es tangible. Juega con un más allá en el que hay disfrute de la vida, vitalista. Entra en la convención. Procura que el público lo acepte desde el principio. Utiliza unos recursos muy manidos: la música sobrenatural, la niebla… Es una obra compartida por parte del público.

Tu personaje simboliza el pasado teatral…

J.A.: Barrymore es un actor formado en un escenario, gente con una gran técnica forjada a base de trabajar todos los días… Algo que ya no pueden hacer los actores de teatro. Gente que estaba los 365 días del año a pie de escenario… No tenían un sistema en la cabeza, pero sí una capacidad de resolución enorme. Eso se ha perdido.

También se ha perdido el hábito de ir al teatro… Y precisamente uno de los grandes temas de la obra es la importancia del teatro en la sociedad contemporánea, la dignidad frente al todo vale. Viendo la función se pueden establecer paralelismos entre Odio a Hamlet y En lo más crudo del crudo invierno.

J.A.: Tratan el mismo tema, pero son diferentes. Kenneth Branagh en ese aspecto es una persona que está implicada en el teatro en todas sus facetas; trata de hacer un retrato más amable. Rudnick mantiene un contencioso con el teatro y es más crítico: es un enamorado de las artes escénicas, pero lo critica desde fuera. Y se agradece porque hacemos teatro para el público de a píe y no para los compañeros de profesión… El 80% de los espectadores que viene a la sala son los propios compañeros. Está bien que no seamos tan endogámicos y empecemos a pensar en el público. Cualquier persona que vaya al teatro un par de veces al oír las frases de Barrymore entiende perfectamente de qué se está hablando.

Ambas piezas tienen una reflexión sobre las consecuencias de madurar. En ese sentido, ¿Cómo definirías a tu personaje, Andrew?

R.F.: Andrew es un joven actor que intenta definirse así mismo y lo que sucede es que tiene que debatirse si seguir fiel a lo que le dicta su cabeza o su corazón. Lo que le dicta la cabeza es la televisión y su corazón es el teatro. Está en el camino de seguir el camino de lo que lleva dentro o la vida fácil. Es un joven con miedo a enfrentarse a la vida, con miedo al fracaso.

La obra ridiculiza algunos ideales WASP… Alguna se canalizan a través de la novia de Andrew. Háblame un poco de Deidre.

M.P.: Ella llega virgen al matrimonio no por creencias religiosas ni nada del otro mundo: es una romántica empedernida. Quiere que todo sea especial y perfecto.

J.A.: Hay una frase en la que Andrew le dice a Barrymore: “Pero yo no quiero hacer daño a Deidre”… Un poco lo que también le sucede a Hamlet con Ofelia. Barrymore le contesta: “¿Qué necesitas, una terapia, una conversación interninable?”… Sobra palabrería vacía y falta pasión.

Andrew es un joven que se enfrenta con una colectividad muy mediocre, que aplasta la dignidad de las personas. Andrew decide defender su propio terreno y con esa intención interpreta el monólogo de Hamlet. ¿Crees que es fácil alzarse contra un mar de agitaciones?

R.F.: Depende de cómo se mire. Creo que es fácil en la sociedad en la que vivimos cerrar los ojos. Es el conflicto que tiene Andrew. El acto valiente es abrirlos. Intentarte definirte a ti mismo y ser consecuente con tu deseos y principios. Me da la impresión que es más fácil vivir en esa mentira.

Integrarse en la sociedad actual equivale a llevar una vida estándar en la que sólo importan las cuentas bancarias y pocas cosas son personales… Una idea que realza la propia puesta en escena. Vuestra relación con los objetos del decorado es muy dinámica, sobre todo al compararla con las que presentan muchas obras de hoy en día. ¿Qué tal os desenvolvéis con los cuadros, mesas, floretes?

R.F.: Con trabajo. Josep estuvimos trabajando en verano la coreografía de espadas… Situarse en el espacio. No es especialmente difícil.

De todos los objetos hay uno que me llama la atención como bien sabe Josep… El espejo. Barrymore se proyecta en él en el momento clave en el que Andrew toma una postura vital. ¿Qué metáfora encubre el espejo?

J.A.: Aquí hay una coincidencia. Varias veces en el texto se hace referencia a poner un espejo a la realidad. Aparece por casualidad. Nos fuimos dando cuenta, sin que Juan tuviera que hacer nada, que tenía una eficacia escénica. En un segundo plano una eficacia simbólica que la capta mejor el espectador que nosotros. El actor está más pegado al suelo. Soy consciente de que una parte del público si me coloco en un determinado sitio me ve también en el espejo. Soy consciente de que Barrymore es el inconsciente artístico de Andrew. Yo creo que una parte del público no se da cuenta de esto. Es un nivel de lectura para gente con más manejo de los símbolos, más formada.

María Pastor y Josep Albert


Está obra tiene un valor sociológico importante porque reivindica el teatro en los tiempos que corren… Cada vez faltan más espacios para representar…

R.F.: El Albeniz está en el escaparate social de todo el mundo, pero también se están abriendo salas alternativas. La gente que ama el teatro siempre encuentra un hueco en el que hacerlo. Lo que no se abre son grandes teatros, pero sí salas alternativas. Las salas privadas proliferan. En ese sentido yo si le veo salida a pequeños espacios.

J.A.: No paran de crearse espacios nuevos en casas de cultura, ayuntamientos, juntas municipales… Para mi el problema no es ese. El problema es que estamos llenando el país de edificios vacíos. Lo que les interesa es meterse como sea en construcción. Hacen muchos teatros vacíos sin programación, sin compañías estables como hay en otros sitios, que tengan productos que hacen que esos teatros funcionen… Si el dinero que se está gastando en crear teatros alejadísimos de centros urbanos y zonas residenciales, lo gastasen en dotar a compañías y hacer que los teatros existentes fuesen funcionales; y sobre todo en subvencionar un poco las entradas para que a le gente le resultase muy rentable ir a ver obras, tendríamos una vida teatral cuatro veces mejor de lo que hay ahora mismo. El problema es que si un ayuntamiento subvenciona a una compañía, eso no da dividendos a nadie. Pero si se construye uno (teatro) nuevo hay comisiones. El teatro en vez de ser una cuestión cultural se ha convertido en una manera en que mucha gente se llene el bolsillo y no la gente que supuestamente deberíamos aspirar a vivir dignamente. Eso me cabrea mucho. Que se pierda un teatro, malo es. Pero el problema es que no hagan funcionar los que ya existen, que no se les provea… Se va a llenar España de teatros sin programación, con gestores, con cargos designados a dedo, pero sin una serie de compañías que rueden por ellos. El modelo francés y alemán están basados en eso: en cada ciudad de 5000 habitantes tiene un teatro con su propia compañía, y estas son las que van conformando los circuitos.

(Ana Miranda ha dejado de maquillar a Ana Alonso y ya puede incorporarse a la conversación).

La cultura se ha convertido la cultura en un negocio frívolo, en el que se mueven intereses que no son puramente artísticos, y los que se especula demasiado. Hay un caso en esta ciudad muy llamativo: el Albéniz. ¿Quieres pronunciarte sobre la retirada de la ley que protegía al teatro?


Ana Miranda: Yo no conozco muy directamente el caso del Albéniz. Soy una actriz vasca, vengo de San Sebastián. Respecto a que la cultura se ha prostituido ahora no estoy de acuerdo. La cultura se ha prostituido siempre. Lo que pasa es que ahora nos enteramos más de las cosas. Desde que se hace cine y teatro, los productores han impuesto sus criterios por encima del criterio artístico de los directores y actores buscando un fin comercial. Eso ha ocurrido siempre. Ahora sigue ocurriendo. Ahora estamos más concienciados y luchamos más contra eso.

(La entrevista está concluyendo porque la hora de la función se aproxima y se debe interrumpir el hilo de la conversación para irnos despidiendo).

¿Podéis adelantarnos algo sobre la obra de Harold Pinter?

R.F.: Lo que puedo adelantar es que se va a estrenar a finales de febrero. Es una obra de cámara, de tres personajes. Tiene una peculiaridad muy interesante: en vez de transcurrir de principio a fin, transcurre de fin a principio. Es una relación de un matrimonio y uno de los amantes. No te puedo decir más.

Todos los actores –incluido Alex Tormo que no ha llegado a tiempo a la entrevista- posan para la cámara e incluso me invitan a volver a ver la obra. Por razones de trabajo rechazo tan generosa propuesta, propia de quienes defienden la dignidad de un arte (y de la vida), abriendo nuevos puntos de encuentro.


Josep Albert lucha contra Raúl Fernández


De Elsinor a Central Park
POR ALEJANDRO CABRANES RUBIO

Apenas han transcurrido cinco meses desde que Lluis Pascual estrenase en el teatro español de Madrid el díptico Hamlet/La tempestad. En palabras del director la doble oferta se debía a su ánimo de hacer un análisis exhaustivo sobre la forma de solucionar los conflictos, ya que según él en ambas obras habitan "metáforas de la violencia". Con el recuerdo reciente de ambas representaciones, llega a la capital Odio a Hamlet en una pequeña sala alternativa (Guindalera) donde la misma compañía que el año pasado estrenó En torno a la gaviota ha proseguido en su investigación acerca de la conveniencia de representar a los clásicos.

En esta ocasión el director Juan Pastor ha recurrido a una obra de Paul Rudnick que argumentalmente algunos podrían comparar con el largometraje de Kenneth Branagh En lo más crudo del crudo invierno (1995). En efecto, en ambos textos a un actor se le presenta la disyuntiva de interpretar la pieza de Shakespeare o aceptar trabajos televisivos. Hay una diferencia notable: allá donde Branagh –en uno de sus trabajos menos interesantes- idealizaba esa función teatral y adoptaba cierta autocomplaciencia, Rudnick y Pastor cuestionan incluso el oficio del protagonista (Andrew: Raúl Fernández). De esta manera Odio a Hamlet guarda un vínculo con la bibliografía y filmografía de Rudnick. La mirada despiadada a una sociedad donde todo vale se completa con apuntes malévolos sobre el mundo en el que vivimos: la superficialidad vende en detrimento de la cultura, el mal gusto navega a sus anchas por las grandes ciudades y los ideales puritanos WASP condicionan los actos de las personas. De esta manera Odio a Hamlet precipita a su personaje central al vacío existencial y como Hamlet debe decidir si tirar la toalla o enfrentarse directamente a la vida defendiendo su propia dignidad…aunque sea en una mediocre función en Central Park. Andrew termina prefiriendo "alzarse en armas contra un mar de agitaciones" que "sufrir en el ánimo los tiros y flechazos de la insultante fortuna".

La defensa de la identidad comporta para Juan Pastor la conservación de la individualidad en un sistema cultural organizado por una agenda global que ha masificado los comportamientos; exportando avances técnicos, desigualdades y pobreza moral. La aparente ligereza del texto no impide a Odio a Hamlet situar al espectador frente una encrucijada, adentrándose en su conciencia. No deja de ser significativo al respecto que el “Pepito Grillo” que no se separa de Andrew (ni más ni menos que el fallecido John Barrymore) quede reflejado en un espejo en el momento en el cual el protagonista debe adoptar una postura vital: la imagen duplicada en el escenario sacude por partida doble los remordimientos del personaje y los espectadores, todos ellos dispuestos a levantar su voz donde impera el silencio. En ese sentido las profundas interacciones de los actores con los objetos distribuidos en el decorado ahondan más en esa defensa del individuo en un mundo donde las cosas han dejado de tener valor afectivo. El desprendimiento de las telas que ocultan las sillas y mesas que forman parte del escenario profundiza el discurso al desnudar progresivamente la posición en el mundo que ocupan los personajes. La efectividad del elenco redondea los resultados. Raúl Fernández rompe con la imagen candorosa del Antón de Fuera de control para expresar las vacilaciones de Andrew con notable propiedad. Josep Albert con sus miradas de desaprobación y entusiasmo logra una composición dinámica capaz de transmitir un permanente cuestionamiento al estado de cosas. Alex Tormo, María Pastor y Ana Alonso parodian con más ferocidad que amabilidad la vulgaridad sumergida en Nueva York, aquí el símbolo de lo que conocemos como mundo civilizado. Ana Miranda transmite el profundo descreimiento sobre todo aquello que nos rodea. Los seis soportan un espectáculo divertido y bien hecho que vuelve a reafirmar la necesidad de restablecer desde nuevas perspectivas vínculos con nuestra herencia cultural.

Más información sobre el Teatro Guindalera en:

Entrevista: Alberto Maneiro/ Buenas noches, Hamlet



ENTREVISTA: ALBERTO MANEIRO

POR ALEJANDRO CABRANES RUBIO

Alberto Maneiro llega puntual a la cita en el Teatro Lagrada, donde representa Buenas noches, Hamlet; una aproximación a la obra de Shakespeare articulada en torno a la relación entre el príncipe danés y su madre Gertrudis, incorporada por Silvia Espigado (Cuéntame). La entrevista tiene lugar en el interior del local.


¿Qué tiene qué ofrecer una sala como Lagrada frente al teatro oficial? ¿Deben convivir o competir?
Yo creo que es mejor que conviven porque no veo el teatro como una competición. Es una actividad artística que se puede hacer en un teatro comercial hasta en salas más pequeñas. El teatro se puede manifestar en muchísimos lugares. Lo que te aporta una sala independiente son proyectos de directores que tienen acceso a los circuitos comerciales, pero tienen propuestos igual o más interesantes que las que puede ofrecer el teatro oficial. Hay funciones comerciales estupendas. Hay funciones independientes estupendas también.

Te lo preguntaba porque la última obra que hiciste, La soga, llevaba otro tipo de público…
No tiene nada que ver porque como actor me gusta trabajar con la mayoría de los directores diferentes que tengan una manera de trabajar también diferente para que pueda aprender de ellos. Hay veces que te toca estar en una obra comercial en un teatro comercial. A veces te interesa un proyecto que no tenga tanto dinero, pero que sea interesante como es este caso (Buenas noches, Hamlet) que está subvencionado por la comunidad de Madrid. Ha sido una aventura que llevamos con ella seis meses desde que David (se refiere a David Amitin, director de la obra) me ofreció la obra. Hemos estado tres meses ensayando y conseguimos estrenar la función en diciembre que hicimos una representación. Me parece estupendo que haya más salas, proyectos, y directores…

Por lo que veo una actitud contraria a quienes quitan la protección a determinados teatros (estamos hablando del caso Albeniz).
La gente debe intentar apoyar al teatro. Hay que invertir tiempo, ganas y esfuerzo. Es imposible que esto desaparezca porque las funciones siguen. Con los años parece que el público desaparece. Antes te podías tirar ocho meses en Madrid y ahora no…

Como no te llames Josep María Pou…
(Ríe) Eso.

Hay una esperanza: el teatro no se puede descargar por internet.
Menos mal. Ahora que estamos en el ciberespacio a la larga produce un efecto contrario y la gente necesita tener a los actores delante contándoles historias. Internet me parece utilísimo, pero no tiene que ver. Las descargas terminan con cantantes, directores. La gente se va a quedar sin artistas…

Este año es la cuarta ocasión en meses en la que se escenifica la pieza de Shakespeare en Madrid. El Lliure te ofrece una metáfora de cómo vivir la vida para evitar la violencia. Para Lluis Pasqual el montaje encierra una propuesta que analizaba la forma en las que se pueden solucionar los conflictos. Y Odio a Hamlet habla de la defensa de la dignidad ¿Qué tenéis que ofrecer como sala alternativa considerando que la obra que representáis, Hamlet, tiene cierto carácter oficial?
Esta es una versión que está planteada en función de la escena entre Hamlet y Gertrudis. La propuesta nacía de la necesidad que tenía David de indagar sobre los personajes. A raíz de allí se elimina el resto de los actores: sólo somos siete protagonistas. La obra es a modo de flashback porque las escenas están fragmentadas y no van por orden cronológico. Se plantea como es esta relación y qué hay detrás…

Resulta muy coherente que la narración sea fragmentada teniendo en cuenta que Hamlet representada un mundo en descomposición. ¿Es intencionado?
Yo creo que sí. Está ambientada en el periodo de entreguerras y la escenografía es la decadencia más absoluta… Creo que viene bien la fragmentación a la propuesta de David.

En esos fragmentos, Hamlet exhibe ante su madre partes de la función y se convierte en demiurgo de su propia obra. Se exacerba su propio individualismo. ¿Estás de acuerdo?
Es un personaje muy histriónico como lo es esta propuesta que trabaja mucho el teatro del absurdo, el inconsciente para explicar para saber si Hamlet está en la tierra o dentro de un imaginario, o en un mundo onírico. Somos una especie de espectros todos… Los personajes se reviven en su mente…

Al ser demiurgo de su propia obra, se opone a desaparecer, a dejarse “arrastrar por los dardos que lanza la insultante fortuna”…. La clave de la obra radica, a mi juicio, en la resistencia a un mundo que expulsa del mismo a las personas… De hecho Hamlet sale de la propia sala en la primera escena…
Por eso cuándo tu me has preguntado que debía ofrecer la obra he subrayado que debe ser representada en salas pequeñas. El público nos tiene a un metro y usamos las entradas y las salidas que emplea el público. Hamlet es un personaje que llega a Dinamarca como un hombre civilizado en un mundo incivilizado. Intenta desmoronar todo para limpiar la porquería.

En la obra se oyen latidos de corazón, metralletas… Da sensación de agobio al propio espectador.
Todos los personajes salvo él han perdido su individualidad, sus valores; y lo intenta poner en orden provocando una catarsis que rebota….

Este personaje llega después de otro que también termina matando a otro: Jerónimo de Amar en tiempos revueltos. Un ser totalmente sumiso y que en un momento dado estalla y no tiene tiempo de rectificar como lo hace Hamlet.
A mi me gustó mucho interpretar ese personaje. Me da mucha ternura porque aparentemente da imagen de hombre fuerte, bebedor, jugador de póquer, pero esconde una falta de seguridad absoluta… Es un hombre sin personalidad y que necesita tanto amor que es capaz de asesinar a un hombre para satisfacer las necesidades de una chica del alterne del tres al cuarto. Es muy divertido interpretar a un personaje ambientado en una serie de los años cuarenta.

Siendo un personaje de reparto, Jerónimo tenía (Alberto interrumpe la frase)…
Su trama, su desarrollo, con una final muy potente. Tenía mucha chicha. Y que termine asesinado, ya ves porque también en La soga también era psicópata. Me he acostumbrado a llevar pistola.

Otro personaje sumiso igual que el de los tiempos revueltos fue el que creo que te ha dado un pelín más de popularidad.
Abel de Aquí no hay quien viva.

Estaba algo en función de los personajes de Mariano Alameda y Luis Merlo. ¿Qué recuerdos traes de esa serie?
Me lo pasé bomba porque me recibieron muy bien. Estaba trabajando en La soga. Y pasé nervios porque estaba en Barcelona y por la mañana grababa la serie en Madrid. Era un locura pensar: “no llego, no llego”… Trabajar en esa serie fue una maravilla porque el personaje era divertido, los guiones eran estupendos. Luis Merlo es un actor estupendo y una persona muy simpática. Trabajamos muy bien juntos. Igual que con Mariano Alameda. La serie estaba en ese momento muy en boga. Grabé la serie y al día siguiente en Barcelona me llamaban Abel.

A mi me hace gracia que en Aquí no hay quien viva el novio de Merlo era Adrià Collado y en Hermanas Collado y tu estabais detrás de Mónica Molina.
¡Qué casualidad! ¿Verdad? Adriá y yo nos hemos peleado por el amor de Mónica Molina y de Luis Merlo… Bueno en Aquí no hay quien viva no coincidimos… Adrià no estaba cuando llegué. En la serie nos casaron a Mariano y a mí, y se terminó.

Por último, después del atentado de ETA, como vasco, ¿cómo ves el tema del proceso de paz?, ¿crees que se debería hablar con ella a pesar de lo ocurrido?
De política no puedo opinar mucho porque hay gente mucho más cualificada para opinar. Como vasco te diría que sí, que teníamos esperanzas. Desde que hay tregua lo hemos notado mucho en toda Euskadi porque ha subido el turismo y la gente está más tranquila. Había esperanza que no creo que se deba perder para nada. No sé cómo se puede arreglar. Yo estoy en contra de lo que pasó y fue muy triste.

Ha terminado la entrevista. Silvia Espigado entra por la puerta. Cuando termina la sesión, llega una invitada al teatro: Marta Belenguer (Cámara café, Aquí no hay quien viva), derrochando afecto hacia Alberto. Entusiasmada le comenta el proyecto de una serie valenciana para internet y que todavía no tiene adjudicado director… Alberto sale a la calle. El se dirige a una reunión con todo el equipo.

Fragmentos de un mundo descompuesto
Por ALEJANDRO CABRANES RUBIO

En apenas siete meses la capital madrileña ha acogido ya tres montajes relacionados con la emblemática figura del shakesperiano príncipe danés, la sala alternativa Lagrada con muy pocos medios propone otra revisión en torno a Hamlet. Sus dos primeras escenas remarcan las intenciones. En la primera, la familia real entierra al antiguo rey, cavando en definitiva la tumba de toda una época que augura el nacimiento de otra más sombría: Hamlet (Alberto Maneiro) no sólo sale del escenario, sino incluso de la propia sala para volver entrar aturdido al contemplar el beso apasionado entre su madre Gertrudis (Silvia Espigado) y su tío Claudio (Antonio del Olmo). El hombre expulsado de sus propias raíces, exiliado de los nuevos tiempos. ¿O tal vez no? En la siguiente escena aborda a su madre y mata al consejero Polonio (Julio César Acera): el montaje nos catapulta directamente al acto III del original, justo a la mitad de la obra, para vislumbrar desde ese lugar todo aquello que ha acontecido. Esa grieta narrativa que escoge deliberadamente los responsables de la obra viene a expresar el estado de ánimo de Hamlet, quien ha experimentado una fisura en su interior de la que difícilmente puede recuperarse. El divorcio entre el protagonista y el resto de un mundo cruel viene expresado mediante una idea de puesta en escena: Hamlet y Gertrudis se sientan simétricamente a ambos lados de un decorado, uno en un sillón desconchado, la otra en una cama decadente; conversan y los reproches afloran…momento en el que Hamlet se pone de pie, eliminando la simetría escénica. Como también ocurría en otra de las variantes de Hamlet de este año, European House, en la que esa quiebra se produce cuando cada personaje toma una dirección vital opuesta.

Pero hay más. Esa manipulación temporal encierra no pocos significados ocultos, ya no sólo por erigirse en la única respuesta posible a la desarticulación de un sistema que ya sólo puede ser representado fragmentariamente; sino por estar dotada de una coherencia aplastante… Hamlet selecciona para su madre unos episodios que evoca de acuerdo a su alterado estado mental y se convierte en el demiurgo de su propia ficción y recupera así el espacio escénico que había perdido en la primera escena. El individualismo del personaje en plena era de la globalización se materializa en su oposición a ser destruido, y no dejarse atrapar por los dardos que lanza la insultante fortuna, como en el interesante montaje de Juan Pastor Odio a Hamlet. De esa lucha entre los personajes y el cosmos palpitan, literalmente, corazones que laten a gran velocidad; el sonido de metralletas que acribillan los muros de la fortaleza que antes lo protegía; y una iluminación cuyo brillo cegador se cierne sobre él en los momentos en los que toma sus determinaciones, como cuando decide conservar la memoria de su padre. Esas luces y ruidos agitados vienen a ratificar que en el mundo en el que vivimos todo se desvanece súbitamente, tal como se encarga de subrayar la secuencia en la que el protagonista y su amigo Horacio hablan sobre el carácter efímero de la existencia…mientras un enterrador apaga una cerilla.

Así pues, Buenas noches, Hamlet se convierte en una larga jornada hacia una noche tumultuosa, en la que la luna observa a unos personajes que han de vivir bajo el peso de sus propias acciones y que invocan –tal como deseaba Lluis Pasqual en su díptico Hamlet/La tempestad- el perdón como única medida posible para forjar una supervivencia; la historia de unos seres que han de renunciar y vivir la vida y cuya decisión vital la obra asimila con sus propias dimisiones (ni el duelo a espada ni la aparición del fantasma ni el episodio de los cómicos están visualizados). Los intérpretes se encargan de darle fuerza. Alberto Maneiro compone un Hamlet poliédrico en sus reacciones, y que a veces desearía salir de su propio cuerpo, a ratos desencajado, a ratos firme. Silvia Espigado se alza en una voz herida por la experiencia y la soledad. Antonio del Olmo dota a Claudio de una elegancia que lo emparenta directamente con los trabajos previos de Helio Pedregal y Pere Arquillé. Julio César Acera interpreta a Polonio de manera llana y directa, sólida como una piedra. Maite Pastor expresa la dulzura y locura de Ofelia. Luis Arrasa y Carlos Silveira los acompaña en esta función que como Hamlet se resiste a cavar su propia tumba.

Desventuras conyugales de Bartolomé Morales




DESVENTURAS CONYUGALES DE BARTALOMÉ MORALES
Por Alejandro Cabranes Rubio

El pueblerino Bartolomé Morales (Juan Carlos Castillejo) expone al Obispo (Alfonso Delgado) ciertas quejas (cf. la presencia de los curas, la prohibición de comer determinados alimentos) mientras éste está mezclado entre el público, obligando a Bartolomé a mirar fuera de campo. El asunto no es baladí porque en esta adaptación de Ángelo Beolco (Ruzante) las cosas contra las cuales los personajes han de luchar se materializan bastante más tarde de lo que ellos quisiesen. Todo en Desventuras conyugales de Bartolomé Morales resulta súbito: las transformaciones del mismo decorado a través de ingenios, la aparición de personajes a través de las esquinas que forma la casa artificial plantada sobre el escenario, la desaparición de sus enemigos de la misma sala teatral, las subidas y bajadas de los actores por ese hogar manchego de polifacéticos usos. ¿Qué mejor manera de recrear la vida del siglo XVI como algo ajetreado que sólo puede ser estenografiado de manera ajetreada? Incluso cuando los intérpretes se aposentan en mitad del decorado no paran de moverse…como el humo que les da la bienvenida en las puertas del paraíso.


¿Pero qué provoca tal inquietud? Desventuras conyugales de Bartolomé Morales es ante todo una apuesta por la honestidad y franqueza frente a una España que engaña, chantajea, se prostituye, se precipita hacia guerras absurdas, asesina, se ve traicionada y enloquece. Una tierra muerta de hambre, de precaria supervivencia, cuyas ruedas de molino muelen cada hora la inocencia, el estado vital anímico ideal. Frente a la barbarie de nuestra actual civilización, Desventuras conyugales de Bartolomé Morales regresa al origen de nuestra civilización, a las esencias de lo primario; gastando quizás en el intento ciertos hábitos soeces, no por ello menos virulentos, cuando no despiadados tal como ocurre con el uso irónico de canciones populares como Mambrú se fue a la guerra… De esa fuerza bruta nacen momentos muy disfrutables (cf. aquel en el que Bartolomé asesina a un comerciante valenciano mientras la jerarquía de términos visuales en la platea logra crear cierta sensación de opresión).

Los actores entendieron perfectamente en qué clase de obra estaban sin abusar de tics sainescos que en teoría la función les podía permitir. Juan Carlos Castillejo deslumbra en toda su humanidad, en su peso exacto de miseria afectiva, moral y económica. Gloria Villalba compone una Juana de fuerte voluntad, superviviente nata, franca, aprovechada y a su vez tierna. Rafael Núñez traspasa el estado de fidelidad al de traidor con un estilo interpretativo sencillo y efectivo. Sergio Macías, Ernesto Ruiz y Alfonso Delgado encargados de los personajes más caricaturescos resultan más que efectivos en una obra que sabe mirar las cosas de frente, incluso cuando están fuera de campo.

El diablo se viste de prada


EL DIABLO SE VISTE DE PRADA
Anne Hathaway (1)-Meryl Streep (0)

POR ALEJANDRO CABRANES RUBIO

Hace unos años Meryl Streep era definida por el crítico Carlos Losilla como la encarnación de la mujer moderna que atiende a su familia a la vez que revela ciertas preocupaciones sociales. Desde entonces la actriz progresivamente ha ido abandonado esa imagen tan idealizada, más o menos desde la época de Adaptation, hasta terminar ofreciendo al mundo su lado más pérfido en la incomprendida El mensajero del miedo (2004). Ella representa sin duda a un Hollywood clásico que se ha visto en la necesidad de efectuar cierto revisionismo: en el mundo post 11 de septiembre, post guerra de Irak resulta imposible conservar la inocencia intacta. Por ello las comedias se volvían más venenosas de lo habitual como Abajo el amor (2003), en la que el realizador Peyton Reed emplea recursos narrativos de la época dorada para subvertirlos desde su misma esencia. Por más el filme, desgraciadamente, en su recta final se enamorase de esa misma estética y cayese en un exceso de retórica, mostraba una alternativa, una evolución. El género precisaba sin duda de malicia acorde a los nuevos tiempos: en El diablo viste de Prada Meryl Streep aporta el caudal de mala baba necesaria para suplir tal emergencia. Su recreación–realmente espléndida- de la tiránica Miranda, la redactora jefe de una revista de moda, rebosa sarcasmo e inteligencia; ingrediente sin el cual la película perdería buena parte de su público potencial, unas sucesivas generaciones descreídas y con alta capacidad para la supervivencia.

Streep por si sola no podría llenar la sala porque ya carece de ese candor que forma parte de la estructura del género. Y ahí es dónde entra la buena de Anne Hathaway, la más depurada imagen de la cenicienta moderna, la niña buena del cuento con un corazón-de-oro, humilde y dispuesta a aprender. En El diablo se viste de Prada interpreta a Andy, una periodista con idea que pasa a ser la ayudante de Miranda, trabajo que la aparta de sus auténticos objetivos vitales y las cosas que realmente importan: su necesidad de escribir "artículos-serios", su noviazgo con Nate (Adrien Grenier). Y cómo en la película que la convirtió en estrella, la infecta Princesa por sorpresa, ella luce un aspecto desgarbado al principio para acabar resplandeciendo ante diestro y siniestro... Y de esa manera el retrato venenoso de un mundo de arribistas, trepas y cínicos que se utilizan los unos a los otros termina convirtiéndose en un canto a la necesidad de recuperar los valores de antaño y la pureza desde la base que proporciona experiencia… Anne Hathaway se adueña así de la función, imponiéndose sobre el legado de Meryl Streep. Los dos hombres que la pretenden, Nate y el escritor Christopher Thompson (Simon Baker), reproducen otra vez la polaridad: incluso el concurso de Baker tiene connotaciones ideológicas considerando que el actor gracias a la excelente serie El guardián había transmitido la imagen de hombre-con-grandes-trajes- y que negocia las fusiones entre empresas: Thompson, a pesar de las apariencias iniciales, forma parte también de ese entorno frívolo, de éxito fácil y traiciones horrendas; y lo que es más importante Andy se da cuenta de ello…

Sin duda, El diablo se viste de prada es una cinta muy discursiva, bastante más cerca de Algo para recordar que de Abajo el amor, gracias al triunfo de la Hathaway frente a Streep. No importa que sus aspiraciones críticas se evaporen en el último plano en el que Andy dedica una sonrisa cómplice a Miranda, lo que de alguna manera permite justificar todos los abusos laborales. Lo realmente indignante consiste en la acumulación de escenas estereotipadas e imágenes prefabricadas que respaldan las intenciones discursivas situándolas en primer término, desde el montaje que sintetiza el sufrimiento que padece Andy en sus primeros días de trabajo hasta aquel otro en el que "se transforma" gracias a los trajes que le presta su amigo Nigel (Stanley Tucci: magnífico); pasando por los primerísimos planos de los tacones de Miranda pisando la acera, la panorámica que relaciona la vista de la Torre Eiffel con las piernas de una pletórica Andy, o el encuadre en el que Andy tira su móvil a la fuente, librándose de lo que representa Miranda… Todo –incluso las tomas de París cuyos monumentos y plazas se erigen en metáforas del ascenso de Andy- está al servicio del mensaje. Y de esa manera la dialéctica entre la comedia inocente y la perversa concluye con la aplastante victoria de la primera.